«Noche de San Juan, noche alegre, de ruido, de jarana, de juego de cédulas de novio, de su dancita después, y de los trovadores al compás de la guitarra al pie de la ventana»¹. Así describía Isidoro de María una tradición heredada de la época colonial y que Maldonado también celebró, cada 23 de junio, por lo menos hasta mediados del siglo XX. María del Carmen (Beba) Montañés (nac. 1930) fue una de los fernandinos testigos y partícipes de la fiesta popular. En su caso, además, como miembro de una familia anfitriona. Sus recuerdos, que se transcriben seguidamente, corresponden aproximadamente a la segunda mitad de la década del 40 en Maldonado:
Mi niñez y adolescencia transcurrieron en el campo en la granja familiar «Las Camelias» (actual barrio Maldonado Park). Después de la muerte de mi padre, cuando yo tenía 12 años, el luto y la tristeza invadieron el ambiente de la casa durante muchos años. No había música, canciones, festejos, excepto un día del año, cuando todos -incluso mi madre- cambiábamos. Como un prodigio, se evaporaba la tristeza y la casa y su entorno se llenaban de algarabía. Era el día de San Juan, cuya celebración esperábamos ansiosos.
El festejo consistía en dos partes: una, el encendido de una gran hoguera en honor del santo; otra, dar a conocer el nombre de parejas.
Para la primera parte, mis hermanos y algún peón preparaban cuidadosamente el lugar donde se instalaba la gran fogata piramidal; cuanto más alta, mejor. Se elegía un lugar en un camino de tierra, donde había menos paso y, por eso, menos riesgo de incendios. Entreveradas con la leña, mis hermanos colocaban cañas tacuaras que, al encenderse, crepitaban y sus chispas se expandían hacia lo alto y los costados, lo que hacía que todos gritaran y saltaran alborozados para evadir el chisperío, que se asemejaba a fuegos artificiales. Parecía un rito emocional que tenía el poder de hacernos olvidar, por lo menos ese día, la monotonía de nuestras vidas, pues esta ceremonia era acompañada con una frase alegre y tradicional: «¡Viva San Juan y San Pedro y San Antonio en el medio!».
Apagada la hoguera, cuando ya todo era cenizas, se realizaba la segunda parte. La familia y los vecinos que habían concurrido volvían a la casa, donde mi madre -transformada también, quizás por el influjo de ese día especial- había preparado chocolate, pasteles y tortas fritas, que ofrecía a los participantes de ese día especial, con la ayuda de una prima suya que vivía con nosotros.
Previo a la fiesta, pasábamos horas cortando papelitos o cédulas (de ahí el nombre de «cédulas de San Juan») con los nombres de los asistentes, que colocábamos en dos cajas (una para los hombres y otra para las mujeres). Luego, una persona formaría parejas sacando cédulas al azar de una y otra caja. Todos disfrutaban de ese instante mágico, pero se notaba algo de ansiedad en el ambiente entre los jóvenes «en edad de merecer», pues estaban expectantes del resultado de las cédulas. Ignoraban que mi hermana mayor, Élida, y yo habíamos arreglado antes con qué candidato íbamos a salir. Todavía me parece ver al núcleo familiar y los amigos «devorando» pasteles y tortas fritas, con el vaso de vino casero en las manos y los ojos fijos en la caja donde estaban las cédulas, aguardando el momento en que se despejaría la incógnita de las parejas sorteadas.
Élida y yo (como más «serias») éramos las encargadas de abrir los papeles y cantar los nombres de las parejas, pero nadie sospechaba que, escondida sutilmente en las manos de mi hermana, estaba la cédula de su candidato, y en las mías el que me parecía que una vez me había mirado en forma diferente (lo que hace que hoy me pregunte: ¿era ingenua o despistada?).
Pero volviendo al pasado, aún vivo el regocijo, los aplausos y las exclamaciones de estupor o alegría cuando se iban formando las parejas, como también recuerdo que cuando nos tocaba a nosotras, nos mirábamos con expresión ingenua y comentábamos fuerte, con fingido asombro: «¿Será cosa del destino o de San Juan?».
Por alguna razón, Maldonado dejó de celebrar la Noche de San Juan. En 1985 y durante algunos años, Luis Ángel Montañés y su esposa, Ana María Chocho —responsables del restaurante del Centro Español de Maldonado—, trajeron nuevamente a la vida las hogueras, con algunas adaptaciones:
Esa noche se servían platos tradicionales españoles, como «Los callos de San Juan», y al final de la cena se elegían los Reyes de la Noche de San Juan, quienes reinarían hasta el año siguiente. Luego, con los «reyes» presidiendo la ceremonia y acompañados por guitarras y acordeones, en el patio se encendía la hoguera donde cada uno tiraba las ofrendas y las cartas que había escrito. Los que querían, saltaban la hoguera.
Valdría la pena recuperar una tradición centenaria más secular que religiosa a pesar de su nombre, que supo congregar a los fernandinos favoreciendo la camaradería, la amistad, la diversión e incluso el romance. Reflexionaba M. del Carmen Montañés: «Añoro la simplicidad de esas costumbres y me digo a mí misma que también podemos ser felices con algo tan simple y sencillo como lo fueron en su tiempo las cédulas de San Juan».
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¹ Montevideo: Tradiciones y recuerdos (Imprenta Elzeviriana, 1882, p. 192).
Me gustaría encantaría wue volvieran a festejar lo wue vivimos con tanta alegria